La frontera hispano-portuguesa, la famosa Raya, se encuentra inmersa en una profunda contradicción: mientras que los recursos paisajísticos y medioambientales son enormes, las prácticas culturales “tradicionales” son únicas e irrepetibles y el río Duero sigue ofreciendo unas posibilidades de desarrollo increíbles, es evidente que, al mismo tiempo, nos encontramos en una zona con unos recursos demográficos muy escasos, una estructura económica débil y escasamente competitiva, un capital social que no ha sido capaz de obtener el máximo provecho a la numerosa red de asociaciones que pululan por el territorio y una estructura política y administrativa que está mucho más pendiente de resolver los asuntos particulares de cada municipio que de las cuestiones que puedan tener una dimensión comunitaria o comarcal.
En este marco tan complejo y contradictorio, no es extraño que los jóvenes de la Raya compartan sentimientos paradójicos y expresen ideas ambivalentes sobre el presente y, sobre todo, el futuro de “su” territorio.
Si muchos de ellos reconocen abiertamente que se encuentran en una zona con muchos recursos y posibilidades de desarrollo, vinculados principalmente a la ganadería o la explotación de los recursos paisajísticos y medioambientales, lo curioso es que la mayoría exprese abiertamente que entre sus deseos de futuro no se encuentra precisamente permanecer, residir o vivir en la Raya. En el imaginario de los chavales de la zona se encuentra sobre todo una idea: la fuga, o, si se prefiere, la ciudad, que supuestamente brinda muchas oportunidades de ocio, tiempo libre, trabajo o libertad.
Es evidente que los discursos de los jóvenes de la frontera confirman o, más bien, anticipan un futuro incierto para la supervivencia demográfica, económica y social de la Raya. Algunas personas deducirán que los jóvenes apenas tienen apego y que no sienten el terruño, que “pasan” de las raíces de sus antepasados. Incluso muchas de ellas criticarán que la inmensa mayoría de los chavales no muestren deseos o preferencias por quedarse en la zona donde residen en la actualidad. Pues bien, si las percepciones de los jóvenes se analizan con calma y, sobre todo, desde la distancia, se puede deducir que muchos de ellos simplemente se hacen eco y expresan los discursos dominantes que han ido interiorizando en sus círculos más próximos, aunque de manera muy especial en la familia, que sigue teniendo un protagonismo muy especial. Casi todo se resume en una frase de una gran transcendencia y un fuerte calado emocional: aquí no hay futuro y, por tanto, las habichuelas deben buscarse en otras latitudes.
En el fondo, los sentimientos que manifiestan tan abiertamente los jóvenes de la Raya siguen siendo muy semejantes a los de sus padres o abuelos, que en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX protagonizaron la huida masiva hacia las grandes ciudades o centros industriales de España.
Esta circunstancia sigue pesando como una losa y está condicionando muchos de los esfuerzos que se han venido haciendo durante los últimos años en la frontera hispano-lusa con el fin de invertir las tendencias más oscuras y nefastas del pasado. Debe reconocerse que los sucesivos programas de cooperación transfronteriza, la gestión de los diferentes programas de desarrollo rural y de diversificación económica o las iniciativas en materia de gestión de los espacios naturales, entre otros instrumentos de actuación, han marcado un antes y después en las posibilidades de desarrollo de la zona.
¿Todo ello ha sido suficiente para que los chavales de la frontera hispano-lusa cambien el chip y empiecen a ver “su” territorio como un abanico de nuevas posibilidades y oportunidades de vida? Según parece, no. ¿Qué queda, entonces, por hacer? Desplegar nuevos recursos y sumar muchas energías que en gran parte dependen de los propios habitantes de la zona. Por ejemplo, mis experiencias acumuladas en los últimos años a través de la realización de diferentes estudios e informes técnicos, de la asistencia a decenas de cursos de verano y conferencias o de las innumerables conversaciones que he mantenido con los habitantes de la zona, convergen en dos puntos que considero fundamentales: 1º) no es cierto que la Raya esté condenada al subdesarrollo, como piensan muchos, y 2º) es muy preocupante el desinterés que se observa en algunos representantes municipales y otros actores sociales (técnicos, profesionales, asociaciones, etc.) a la hora de implicarse de manera mucho más activa en la reactivación del territorio.
Que la Raya hispano-lusa no está condenada al subdesarrollo es un hecho incuestionable. Hoy casi nada es natural y mucho menos el supuesto subdesarrollo de una zona.
En la frontera, podemos observar innumerables iniciativas que se han puesto en marcha durante los últimos años por parte de las administraciones públicas o por empresarios que merecen conocerse y reconocerse. Pero, al mismo tiempo, convendría reflexionar sobre un hecho que me viene sorprendiendo cada vez más y que explica, en gran parte, que la Raya no termine de “despegar” o de colocarse (si hablamos en términos económicos) en el lugar o la posición que se merece.
Durante los últimos años, la proliferación de jornadas, talleres, cursos, conferencias, etc., en la zona es un fenómeno fácilmente constatable. Pues bien, en muchos casos es significativa la ausencia de regidores municipales. ¿Es verdad, como creen muchos, que estamos saturados de jornadas de reflexión sobre el desarrollo y la cooperación transfronteriza y lo que faltan son resultados tangibles? Responder “sí” tal vez sea la postura más cómoda. Yo, sin embargo, no lo creo. La reflexión, el debate y la posibilidad de compartir experiencias de desarrollo con otros actores sociales son ingredientes necesarios e imprescindibles para sacarle el máximo partido a los recursos de una zona. Además, es curioso observar que, en muchos casos, a este tipo de encuentros (jornadas, cursos) no suelen asistir los profesionales que gestionan programas relacionados con el desarrollo y el bienestar de la población: médicos, profesores, trabajadores sociales o agentes de desarrollo.
Entiendo que todas las mimbres son imprescindibles para favorecer el desarrollo de la Raya. Por tanto, si cambiamos el chip y actuamos con otros métodos y otras filosofías, es probable que al mismo tiempo se pueda conseguir que los jóvenes vean la frontera como un espacio de oportunidades y no como un territorio para la mera supervivencia. ¿Lo aprenderemos de una vez?
Por José Manuel del Barrio
Doctor en Sociología por la Universidad de Salamanca. Ha desempeñado el cargo de Decano de la Facultad de Ciencias Sociales durante 2012-2020. Imparte docencia en los Grados de Trabajo Social y Sociología, en el Máster de Servicios Públicos y Políticas Sociales y en el Programa Interuniversitario de la Experiencia. Ha sido profesor visitante en la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Entre sus publicaciones destacan “Desarrollo y desigualdad territorial en Zamora en los inicios del siglo XXI” (2009), “La población de Castilla y León en los inicios del siglo XXI” (2009), “Voces desde el Oeste. Una radiografía provocadora de Zamora y sus gentes” (2002) y “Espacio y estructura social” (1996). En 2001 obtuvo el I Premio de Investigación del Consejo Económico y Social de Castilla y León. Entre sus líneas de investigación destacan el estudio de las nuevas ruralidades, la cooperación transfronteriza hispano-lusa y la evaluación de programas y servicios públicos en ámbitos rurales.
“La Raya: contradicciones, deseos y supervivencias” se publica el 21 de septiembre de 2022 con motivo del EC Day, el día de la cooperación europea, en el Año Europeo de la Juventud 2022.
IMAGEN: Límite fronterizo entre Fuentes de Oñoro (España) y Vilar Formoso (Portugal)